lunes

Un taxista enamorado

Dejé de tener noticias suyas hace algo más de un año, cuando supe, por culpa del Facebook, que se había echado un novio mucho más guapo, más responsable y más monógamo que yo. Nada más enterarme, en un estúpido arranque de celos bastardos e irracionales, borré su contacto, y hasta hoy.
Se llamaba Patricia. Era morena, suave, despierta y feliz. Tenía un lunar en el labio superior (recuerdo que una noche me pilló intentando robárselo), y las cejas más simétricas que he visto en mi vida.
Nos dimos el primer beso en mayo del 2007 y el último en octubre o noviembre del mismo año. El último mes incluso llegué a tener mi propio cepillo de dientes en su cuarto de baño y un patito de goma Made in Hong Kong de reserva en el segundo cajón de su mesilla de noche.
Nos prometimos amor eterno, pero la eternidad duró mucho menos de lo esperado.
Por aquel entonces yo vivía obsesionado con mi novela. Escribía de día y de noche, a cualquier hora. En cuanto me asaltaba alguna idea más o menos lúcida, lo dejaba todo y corría al ordenador a teclear como un loco. Reconozco que esta obsesión mía no fue fácil de digerir para ella.
Un día, Patricia se despertó pero yo no estaba. Tras buscarme por toda la casa me encontró en el cuarto de baño, sentado en el retrete con el portátil sobre las piernas. Se acercó y, cerrándome con furia la pantalla me dijo:
- O tu novela, o yo.
Y ahí acabó todo.
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Cuento esto porque ayer se montó en mi taxi un tipo más guapo, más responsable y más monógamo que yo. Antes incluso de indicarme su destino, me miró a través del espejo, y me dijo:
- ¿Eres Daniel?
- Sí - respondí.
- ¿El ex de Patricia Sanz?
- Mmm... Sí.
Y sin más me arreó, desde atrás, un puñetazo en la cara. Cuando intenté reaccionar ya se había marchado.
Ahora tengo un ojo hinchado y una certeza: Patricia, dos años después de aquello, se sigue acordando de mí.

(triste y bonita)